Bailar para sobrevivir

Alguna vez se ha puesto a pensar ¿qué pasaría si a ciudades como Nueva York, Bogotá o Cancún le quitaran la multiculturalidad e intentaran separar la culturas como si fueran estratos sociales? ¿A usted dónde lo ubicarían? ¿Qué pensaría si de pronto un día a usted le dicen qué hacer, si es mejor o peor que otro, y sin poder decir ni preguntar nada? ¿No creería que tal vez por algo todos somos diferentes y ahí es donde está la riqueza?

 

¿Riqueza es dinero o es cultura? ¿Es un mix? Son muchas preguntas que vienen a mi mente cuando pienso en gumboot, y no, no son solo botas de goma, también fueron una forma de subsistencia africana, pero ¿subsistencia a qué? A no parar de bailar, a que los ritmos escriban la historia.

 

Aquí comienza una historia mágica llena de dolor y valentía, de una cultura capaz de adaptarse a cuanta cosa le pongan de frente porque su meta no ha sido, es, ni será rendirse.

Erase una vez…

Erase un vez, en una época donde el holocausto parecía haber reaparaecido pero en otro continente, un grupo de sudafricanos que vivían bajo el Apartheid despertaban, los rayos de sol que se asomaban entre los pequeños agujeros de sus casas comenzaban a calentar el suelo, los cuerpos y el aire, y daban vida a 24 horas nuevas para…Trabajar, para vivir en silencio, para intentar mantener la fuerte cultura sudafricana, al límite del continente pero nunca al límite de la desaparición.

Una cultura en riesgo

Llegaba la hora de la despedida, serían meses de vivir para sí con la mente en los otros. Ni los fuertes 27 grados iban a poder evitar lo inevitable, irían a trabajar a las minas de oro, pero no para hacerse ricos, sino para hacerlos pobres, pero nunca pobres de creatividad, algo que nunca llegaron a imaginar sus empleadores. Les prohibieron hablar, les quitaron la libertad, los encadenaron, les quitaron su forma de vestir y los uniformaron, y si no hubiera sido por unas botas de goma, los habrían dejado morir.

No fue un salvavidas, fueron unas botas de agua o gumboot

Se sentía el agua en sus pieles, pero no el agua de sus ríos ni de sus exuberantes paisajes, sino de las aguas estancadas que sus jefes no habían sido capaces de drenar de las cuevas en las que permanecían encadenados de día y de noche en sus estaciones, expuestos a enfermedades y con la visibilidad casi nula porque la oscuridad era parte del día a día. Así que unas botas de goma fueron la solución más barata a las numerosas muertes de los trabajadores a causa de la inundación.

Dando pasos de libertad

¿Cómo resistieron a no poderse comunicar, al intento de borrar su cultura, a las humillaciones y a las duras condiciones? Fue gracias al baile, al movimiento que llevan en sus venas, tomaron lo poco que tenían y crearon escenas mágicas que documentaban lo que vivían y les permitían comunicarse aún cuando el único sentido que les hacia saber que había más gente de su raza era la escucha: golpeando sus botas con las manos y sacudiendo sus cadenas tomaron sus ritmos musicales y los replicaron con sus cuerpos.

 

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Pisando fuerte

Sus empleadores se dieron cuenta de esto y los usaron como forma de entretener a quienes visitaban las minas. Pero la inteligencia africana hizo que a través de su idioma exteriorizaran lo que adentro reprimían y guardaban; cantaban para contar y bailaban para expresarse y ser libres. Se burlaron de sus opresores y se desahogaron a través de los golpes que hacían con sus cuerpos y atuendos de forma rítmica, manteniendo su cultura viva, llegando a expandir el gumboot como una forma de entretenimiento y propagándose hasta los Estados Unidos como un nuevo ritmo conocido como el stepping. Hoy en el Teatro de Johanesburgo se pueden ver actos de gumboot, danza que llegó a ser la inspiración de David Bruce para el Carnegie Hall.

 

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